Jack Daniel's
Entró al hotel amargado.
Había manejado casi ocho horas para llegar hasta esa ciudad alejada de todo su mundo. Bah, de todo lo que había construido después de lo que pasó.
Siguió casi con indiferencia los carteles que indicaban las distancias. Una rotonda, algún puente, ingresó a la ciudad y ubicó perfectamente la dirección.
Estacionó el auto y espero unos minutos sin saber bien por qué; junto un par de llaves, algunas pertenencias y bajó.
Lloviznaba.
Abrió la puerta con el típico sonido de los viejos hoteles. Ruidosamente.
Sobre la mesa de recepción lo saludaba una gato chino de la fortuna.
Luego de una breve conversación el portero le entregó sus llaves y le indicó con su mano el largo pasillo.
La habitación 21 era lo suficientemente cómoda para instalarse unos días hasta saber bien como hacía lo que había que hacer.
Se acomodó en un sillón bastante aceptable y miro un poco de televisión. Quedo dormido prácticamente al instante.
La mañana siguiente se presentaba gris y húmeda, para siempre fría. Goteaba el rocío por la ventana que daba a una calle vacía.
Tomó un buen sorbo de café negro y se preparó para salir.
Manejo varias cuadras hasta encontrar una plaza donde tomar un poco de aire, al fin y al cabo las plazas en otoño tienen un encanto casi nostálgico. Recordó algo. Sonrió. A ella le hubiera encantado ver cómo caían las hojas de esos árboles.
Eso le bastó para encarar lo que se venía.
Volvió al auto aún más decidido que cuando llegó y condujo muchas calles más hasta llegar al lugar.
La casa se encontraba descuidada y con las plantas bastante dejadas, sin embargo seguía teniendo ese nose qué mágico como cuando llegaba de la escuela. Pero eso había sido hace muchos años, casi no había en el lugar quien lo recordara.
El hombre. El hombre estaba en la casa. El hombre que en algunos sueños y todas sus pesadillas lo acompañó a lo largo de todos estos años, lo esperaba sentado en su sala. Él pasado en años y un Jack Daniel's aún más añejo que él.
Entró a aquella casa con la confianza y la tranquilidad con la que se entra a la casa de la infancia.
Se sirvió dos medidas para acompañar al indiferente anfitrión y bebió un trago.
A su mamá no le hubiera gustado que dedique a la bebida, había sido una mujer siempre amable y hermosa, que vivió sus años de casada bajó la violencia acostumbrada de un atormentado y perverso esposo. Si, es verdad, a ella no le hubiera gustado que beba tanto, demasiadas madrugadas lo encontraron borracho y llorando. Tanta impotencia. Tan frágil e incapaz de hacer algo.
Había manejado casi ocho horas para llegar hasta esa ciudad alejada de todo su mundo. Bah, de todo lo que había construido después de lo que pasó.
Siguió casi con indiferencia los carteles que indicaban las distancias. Una rotonda, algún puente, ingresó a la ciudad y ubicó perfectamente la dirección.
Estacionó el auto y espero unos minutos sin saber bien por qué; junto un par de llaves, algunas pertenencias y bajó.
Lloviznaba.
Abrió la puerta con el típico sonido de los viejos hoteles. Ruidosamente.
Sobre la mesa de recepción lo saludaba una gato chino de la fortuna.
Luego de una breve conversación el portero le entregó sus llaves y le indicó con su mano el largo pasillo.
La habitación 21 era lo suficientemente cómoda para instalarse unos días hasta saber bien como hacía lo que había que hacer.
Se acomodó en un sillón bastante aceptable y miro un poco de televisión. Quedo dormido prácticamente al instante.
La mañana siguiente se presentaba gris y húmeda, para siempre fría. Goteaba el rocío por la ventana que daba a una calle vacía.
Tomó un buen sorbo de café negro y se preparó para salir.
Manejo varias cuadras hasta encontrar una plaza donde tomar un poco de aire, al fin y al cabo las plazas en otoño tienen un encanto casi nostálgico. Recordó algo. Sonrió. A ella le hubiera encantado ver cómo caían las hojas de esos árboles.
Eso le bastó para encarar lo que se venía.
Volvió al auto aún más decidido que cuando llegó y condujo muchas calles más hasta llegar al lugar.
La casa se encontraba descuidada y con las plantas bastante dejadas, sin embargo seguía teniendo ese nose qué mágico como cuando llegaba de la escuela. Pero eso había sido hace muchos años, casi no había en el lugar quien lo recordara.
El hombre. El hombre estaba en la casa. El hombre que en algunos sueños y todas sus pesadillas lo acompañó a lo largo de todos estos años, lo esperaba sentado en su sala. Él pasado en años y un Jack Daniel's aún más añejo que él.
Entró a aquella casa con la confianza y la tranquilidad con la que se entra a la casa de la infancia.
Se sirvió dos medidas para acompañar al indiferente anfitrión y bebió un trago.
A su mamá no le hubiera gustado que dedique a la bebida, había sido una mujer siempre amable y hermosa, que vivió sus años de casada bajó la violencia acostumbrada de un atormentado y perverso esposo. Si, es verdad, a ella no le hubiera gustado que beba tanto, demasiadas madrugadas lo encontraron borracho y llorando. Tanta impotencia. Tan frágil e incapaz de hacer algo.
"Emoción Violenta" determinaban los diarios que determinaban los peritos de esos tiempos determinados.
Y él los recordaba muy bien.
Emoción Violenta pensó y tomo otro trago para darse un poco más de tiempo.
- Sabía que ibas a venir-. Comentó su padre como comenta alguien que se siente con el deber de romper el silencio.
- Sabía que estarías esperando-.
Dos tiros retumbaron en toda la casa y de las manos inmediatamente muertas y arrugadas cayó un vaso vacío con dos hielos ebrios.
Y él los recordaba muy bien.
Emoción Violenta pensó y tomo otro trago para darse un poco más de tiempo.
- Sabía que ibas a venir-. Comentó su padre como comenta alguien que se siente con el deber de romper el silencio.
- Sabía que estarías esperando-.
Dos tiros retumbaron en toda la casa y de las manos inmediatamente muertas y arrugadas cayó un vaso vacío con dos hielos ebrios.
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